domingo, 16 de diciembre de 2012


Un programa de obras exigentes y representativas
El pianista Hans-Dieter Bauer brindó un concierto en el Teatro Municipal Colón el 14 de diciembre. Nacido en Berlín en 1937, actualmente reside en Coburg, Bavaria y ha tenido una extensa carrera como solista, principalmente en Europa.
En esta oportunidad abordó un extenso programa que significó un recorrido estético por diversos lenguajes del instrumento, en trabajos que  representan  esos lenguajes en sus formas quizás más puras. Lo hizo con una gran profesionalidad, de memoria y de manera muy segura, sin pausas, salvo la extensa entre la primera y segunda parte,  entre una obra y otra.  
            Tanto en la Sonata en fa mayor de Hydn como en la K. 545, nro. 16 de Mozart  (con ese conocido y magistral comienzo: el planteo de un primer tema introductorio sucedido de rápidas escalas que contrastan con él) la elección de tempo y el fraseo –su acentuación y falta de fluidez en un discurso, que más que las articulaciones, parecía centrarse en cada sonido- restó a esas obras –principalmente en los allegros- el sentido de brillo, espontaneidad  y  proporción. Acentos y fraseos deben moverse en un equilibrio que permita la continuidad entre el sonido anterior –y su resonancia, pensado como estaba para piano sin pedales- y la sensación de que el que le sucede se forma suavemente dentro de esa estela sonora.
            Similares fueron los aspectos interpretativos del movimiento presto de la Sonata en Do sostenido menor, opus. 27 nro. 14 (Claro de Luna) de Beethoven. El ataque del presto, en ese vibrante pasaje dado por la reiteración de una célula temática y su respuesta, descansa en gran medida en la relación entre continuidad y tempo: si el tempo se ralentiza la articulación pierde vigor y el motivo energía. Lo mismo en los acentos, que surgen claramente del propio motivo en sí y que el intérprete debe respetar.
            Muy diferentes fueron las cosas en las Tres piezas para piano del compositor checo Klement Slaviký  (1910-1999) que cerró la primera parte: un pianismo percusivo, con una base rítmica y elementos en sí sencillos pero de gran complejidad en el tratamiento de las distintas combinaciones de ese motivo inicial, en un lenguaje en que los acordes son tratados en distintos intervalos, en una armonía cambiante, con pasajes de incomodidad y complejidad para la interpretación (manos cruzadas o muy próximas) , dentro del marco de consonancia, con sonidos enérgicos y destacados pero no disonantes. Una obra de gran impacto y de grandes requerimientos: por lo precisa, la rapidez en la inflexión del sonido,  la continuidad y el permanente juego entre el ataque de la nota y su resonancia.
La Sonata en sol menor opus 22 de Schumann abrió la segunda parte. Viéndola interpretar se hacen evidentes sus exigencias: ya en ese comienzo, un motivo que surge luego de un primer acorde, en forma interrogativa que en su desarrollo aparece muy vinculado a un acompañamiento que no se limita a acompañar sino que en sí mismo implica elementos que hacen al desarrollo, desde lo armónico, de ese tema recurrente. Energía, sí, pero también muchos matices y un sentido del todo: si el intérprete focaliza en los pasajes de bravura puede dejar puntos oscuros en la resolución de otros momentos. Esta fue una versión absolutamente clara en ese sentido. Hans- Dieter Bauer dejó unos cuantos segundos ese pedal que prolonga la última nota de ese movimiento y que parece condensarlo.
El programa concluyó con Dante-Sonate, de Franz Liszt, (de Años de Peregrinaje: 2do. Año: Italia) que,  partir de ese motivo inicial, explora y explota todas las sonoridades de un piano que tan pronto se expande en todo su registro y en la intensidad, o se contrae en el planteo de ese elemento (que se metamorfosea en el curso de toda la obra) con una gran dulzura. La exigencia expresiva es muy grande en estas gradaciones dinámicas: un elemento central cambia y es expuesto de muy distintos modos pero todos conforman una unidad. Tuvimos una versión de un control absoluto de estos aspectos de una obra tan rica como virtuosa. No se trata sólo de pasajes de bravura, y de plantearlos en forma fluida y expresiva, sino de lograr una suavidad y una delicadeza capaz de plasmar el credo romántico por un lado, y al piano y sus posibilidades por otro. Requiere un gran dominio y sentido estético.
Hans-Dieter Bauer, con una presencia de cálida sencillez planteo un programa muy pensado en el orden de las obras, paradigmáticas y exigentes, sin concesiones a la facilidad, a la longitud ni al efectismo, con una total entrega a una música que pareció expandirse a medida que transcurría el recital.
El programa de mano, incompleto en cuanto a la información e identificación correcta de las obras –número y opus, en el caso de la de Hydn, por ejemplo- no brindó demasiados datos sobre las obras del repertorio de un pianista de esta profesionalidad que destacó en las obras del período romántico y post romántico.             
                



Eduardo Balestena


viernes, 31 de agosto de 2012


Joyce Di Donato y David Zobel en el ciclo del Mozarteum
El 27 y 29 de agosto se presentaron, en el ciclo de concierto de la temporada 2012 del Mozarteum, la mezzosoprano Joyce DiDonato y el pianista David Zobel, en el Teatro Colón de Buenos Aires.
Las Canciones clásicas españolas de Fernando Jamandreu Obradors (1897-1945) abrieron un programa ecléctico –dedicado a arias de ópera y canciones- que permiten apreciar la riqueza de un acervo poco conocido del cual forman parte las canciones del autor catalán. Requieren ductilidad en el timbre, claridad en los matices y un claro sentido rítmico en el piano. Obradors escribió sus cuatro libros de canciones hacia 1920. Responden así al rico nacionalismo español.
Prosiguió con el aria  Oh sleep, why dost thou leave me, de la ópera Semele para proseguir con “Doppo notte, atra e funesta”, aria de Ariodante de Georg. F. Händel (1685-1759) que implican pasajes de extensos melismas y registros agudos para la cuerda.
En la Trilogía Boaumarchais abordó las arias Voy che sapete che cosa è amor, aria de Cherubino, Deh, vieni, non tardar, de Las Bodas de Fígaro, de Mozart y Una  voce poco fa, aria de Rosina, de El Barbero de Sevilla, de Rossini, que cerraron una primera parte en que se hizo evidente la  versatilidad que le permitió abordar obras tan diferentes en las cuales mantuvo siempre una claridad absoluta y una emisión que le permitió llenar la enorme sala del Teatro Colón.
Si bien es con su rol de Rosina, en La cenerentola, de Rosini en el Metropolitan Opera House o el de Adalgisa, en Norma, en el Festival de Salzburgo como consolidó su carrera internacional, su interpretación de las Canciones en dialecto veneciano de Reynaldo Hahn (1874-1947), así como O del mio amato ben de Stefano Donaudy (1879-1925) y La Spagnola, de Vincenzo Di Chiara (1880-1937) hablan no sólo de su versatilidad sino de la belleza de obras muy poco conocidas. Se destaca en ellas la dulzura, la musicalidad y la pintura de caracteres.
También interpretó en la segunda parte Assisa a pie d´un salice, aria de Desdémona, de la Ópera Otelo, de Rossini.
A lo largo de las dos horas de su recital, explicó en italiano las particularidades de cada obra. En medio de Una voce poco fa sonó reiteradamente una alarma, no obstante lo cual continuó la interpretación hasta que parte del público comenzó a abandonar la sala; pero retomaron en el mismo lugar cuando nada sucedió. Luego del intermedio anunció que sólo se trataba de un inconveniente técnico y que si volvía a presentarse, no interrumpirían la ejecución.
David Zobel ha acompañado a Joyce DiDonato en la mayor parte de sus presentaciones. Obtuvo su Master en música como pianista acompañante y ha tenido una destacada actuación como repertorista con el Théatre du Chatelet, participando en las distintas producciones bajo la dirección de  figuras como Christoph von Donhàyi, Christoph Eschenbach, John Elliot Gardiner y otros. Es un pianista de una gran solidez y versatilidad que abordó obras de periodos muy diferentes, con distintas exigencias.
Entre las obras que ejecutaron fuera de programa de cuenta la Canción del árbol del Olvido, de Alberto Ginastera, en una interpretación que destacó por su musicalidad, en un tempo lento que destacó la dulzura de tan bella obra.
Joyce DiDonato tiene un gran manejo expresivo, espontaneidad en su  presencia escénica y una técnica que le permite interpretar obras de gran exigencia, muy diferentes entre sí, si perder potencia, claridad y ductilidad. Destacó su perfecta dicción del español. Forma con David  Zobel, un conjunto amalgamado y preciso; eñigieron un balance entre grandes arias de ópera y canciones que merecerían estar más presentes en el repertorio lírico.
        

Eduardo Balestena
http://www.opus115musicadecamara.blogspot.com

miércoles, 15 de agosto de 2012


Los límites de la delicadeza
En el concierto inicial del octavo año del ciclo de Bach a Piazzolla, el 22 de julio en el Teatro Municipal Colón, contó con las actuaciones de Silvia Bango en piano; Federico Dalmacio en cello y Mario Romano en clarinete.
La Elegía opus 24 de Gabriel Fauré abrió el programa. Música hecha de despojamiento, delicadeza y renuncia (a la exuberancia, al planteo formal o al efecto), requiere sin embargo una sutileza de fraseo en su discurrir y una inflexión justa. Federico Dalmacio es solista de cello de la Orquesta Sinfónica e interviene en otros organismos, como la Orquesta de la Ópera y la Sinfónica de Olavaria. Logró un clima ya desde la frase inicial que conduce a una obra muy querida para su autor. Silvia Bango, pianista de amplia trayectoria, que ha intervenido como solista en las Variaciones Sinfónicas de César Franck, brindó el marco que que confiere el piano a los requerimientos del cello: acompañarlo, plantear el clima a sus frases: las preanuncia y les confiere color al terminar en lo que no es un simple acompañamiento. Obra de juventud –en su primera versión- es de una nostalgia elegante, la de alguien que afirmó “yo he llevado muy lejos las barreras de la delicadeza”; en lo que es un postulado: música hecha de un modo de decir que requiere un mínimo de forma musical.
Gran dúo concertante opus 48 de Carl Maria von Weber        
            Muy distintos son los requerimientos del gran dúo concertante de Weber, tanto en la rapidez como en la claridad y musicalidad de frases, por ejemplo en el andante central, elementos sin los cuales la obra se reduciría a su planteo virtuosístico. Aunque no mucho, va más allá de esos postulados, en una textura muy cerrada donde debe haber un claro balance entre el tempo y la articulación de frases siempre en registros tan claros que toda elección que no sea la justa afectaría al conjunto. No es sólo la rapidez, sino también el acento, pero los tiempos de decisión para saber que acentuar y cómo son ciertamente breves y riesgosos y la precisión absoluta entre los dos instrumentos. Mario Romano hizo ya como solista el concierto nro. 2 de Weber, y se mueve con una absoluta libertad en una obra cuyo rondó por ejemplo requiere, en su sección central, rápidos e intrincados pasajes que pasan luego al piano, en una frase –la inicial- que no debe perder nunca ese carácter cristalino y de divertimento. Otro pasaje de gran dificultad es el del final del rondó.
            Trío opus 114 de Johannes Brahms          
            A la escritura de la cuarta sinfonía sobrevino una etapa diferente, la de una música de cámara poética, madura e introspectiva. Es en esa etapa en la que Brahms conoció, en 1891, a Richard von Meinigen, un virtuoso clarinetista que influyó sus obras dedicadas a un instrumento del que tomó la sonoridad más plácida y dulce. El virtuoso del piano concibió así este trío en el cual reserva al cello y al clarinete el planteo de la obra y la presentación de sus temas, con la intervención de un piano siempre envolvente y en una doble función expresiva y de soporte. Es muy estrecho y sutil el diálogo, particularmente entre el cello –que enuncia el bello tema inicial- y el clarinete en un conjunto que sonó muy armado, tanto en la precisión de las intervenciones como en el timbre. No es fácil ese resultado en instrumentos como el cello y el clarinete.
            Obra tan precisa como sutil, uno de sus mejores momentos quizás sea el adagio, una forma ternaria A-B-A en la que el clarinete presenta el tema mientras el piano y el cello lo subrayan armónicamente; luego va tomándolo el cello, mientras el clarinete pasa a subrayar la intervención de la cuerda; un lenguaje que preanuncia al quinteto opus 115, obra también profunda y madura. El tema es variado –en la sección central- por los instrumentos, como lo será en el quinteto, en lo que parecen cambios tonales y modales. Es muy bella –quizás el mejor momento de la obra- la enunciación del clarinete luego de la sección central: con más lentitud, notas más prolongadas y, al parecer, en otra tonalidad.
            Silvia Bango, Federico Dalmacio y Mario Romano obtuvieron una versión de muchos matices, de sutileza en la concepción sonora y de entendimiento en un diálogo al que siempre pudieron darle las inflexiones justas, tanto en el tempo de andantino (como el del quinteto, es delicado en esa elección), y el enérgico Allegro final cuyo diálogo se hace rápido, en notas de corta duración y en una gradación de intensidades siempre cambiante.
            También a Brahms cabe la frase de Gabriel Fauré de haber llevado muy lejos la barrera de la delicadeza.
             
       

Eduardo Balestena