En el segundo de los conciertos del año del ciclo “De Bach a Piazzolla”, el 17 de septiembre en el Teatro Colón, se presentó el pianista Hugo Schuler, quien abordó una versión integral del Volumen I de “El clave bien temperado” de Johan Sebastian Bach.
El temperamento
El sistema de afinación de los modernos instrumentos de teclado –por temperamento igual- es diferente al de los antiguos –por temperamento distinto. En éstos, las alteraciones de sostenidos y bemoles eran diferentes, es decir, un fa sostenido no era igual a un sol bemol. Se estaba así más cerca de la entonación justa, pero cuanto el instrumento modulaba a tonalidades más lejanas, se producía una creciente desafinación, que originaba problemas, tanto en los instrumentos solistas como, con más razón, en los conjuntos instrumentales.
En 1691, el organista y teórico Andreas Werckmeister (1645-1706) descubrió que al dividir la octava en doce semitonos iguales la afinación era imperceptiblemente menos exacta pero más agradable –temperamento igual- y así, un fa sostenido pasó a ser equivalente a un sol bemol. La innovación comenzó a ser aceptada, y los compositores a producir obras en esta tesitura. Mientras Scarlatti asumió un pasaje libre y resuelto de una tonalidad a otra, Bach lo hizo de una manera sistemática, tonalidad a tonalidad, con los Preludios del clave bien temperado, cuyo primer tomo, data de 1722.
El clave bien temperado
De este modo, la formulación de Bach fue la de concebir una serie de preludios, que anteceden a las respectivas fugas, en cada una de las tonalidades, empezando por do mayor y terminando en él. Este famoso primer preludio, música recordadas películas “Bagdad Café”, de Percy Adlon, o “La amante del Teniente francés”, fue interpretado al final como bis.
El modelo de Bach fue la Ariadna Musica (1715) de Johann Caspar Ferdinand Fischer, que también es una colección de preludios y fugas dentro del círculo de las tonalidades.
En la presentación del concierto, Arón Kemelmajer subrayó que el resultado está lejos de la uniformidad, por el contrario, revela una enorme diversidad en el tratamiento de cada preludio y fuga.
Ello es una de las cosas que más impactan de la obra, las otras son su vastedad y la sensación de que a cada paso surge algo sorprendente y sorpresivo, que esa cuidada arquitectura está sin embargo llena de sorpresas.
Profundidad pianística
Hugo Schuler, nacido en 1984, tocó en 2003 el Concierto nro. 5 “El emperador” de Beethoven, en 2004 se presentó con las “Variaciones Goldberg” de Bach, y finalmente, con la versión integral del primer libro de los “Preludios y fugas del Clave bien temperado”. Lo hizo de memoria, lo cual, más allá de que sea el resultado musical lo que importa, no es un dato menor, ya que, por ejemplo, las versiones de Jenó Jandó abarcan dos discos compactos (con una duración conjunta de unos 140 minutos) para cada libro.
No es frecuente encontrar versiones integrales. Generalmente se interpretan distintos preludios y fugas.
No parece común en un pianista el propósito de incursionar en obras de madurez de Bach, que por una u otra razón tienen un significado propio e intransferible en su música. Las exigencias son constantes en la forma, la dificultad, los pasajes de contrapunto de hasta cuatro voces, la rapidez en unas partes y la suavidad extrema en otras; y en conferirle esa diversidad con la que fue escrita.
La empresa de abordarla de nada serviría si no tuviese ese espíritu, a la vez de unidad y de continuos cambios. No es simplemente transitarla sino poder plantear su profundidad, sus matices. Ir más allá de esa textura intrincada y hacerla presente en atributos más propios de una madurez pianística, que de un joven intérprete. Es tan evidente que los preludios y fugas todo lo exigen en cuanto a su mecánica, como que ese dominio no es de por si suficiente si no está dado en una actitud introspectiva y de sensibilidad para con la obra, en cuanto a su dinámica y sus matices.
Tanto en las variaciones Goldberg, de 1741 (particularmente en algunas, como la 14 y la 26), como en los Preludios y fugas, hay algo en común: ese punto en que la escritura distante y acaso fría de Bach, se ilumina con una llama tenue, la de una sensibilidad, la de una sutil y rara calidez que parece marcar un paso más allá del barroco tardío.
En este sentido, el piano hace más visible esta particularidad y enuncia más que la obra en sí misma, las cosas que suscita, y esto es lo que pudimos escuchar por Hugo Schuler, nacido en Quilmas, alumno de Aldo Antognazzi, finalista del concurso Martha Argerich, que ha interpretado el ciclo integral de sonatas de Mozart: no sólo la obra sino lo que el piano tiene para aportarle, la historia que viene a sumarse a ella.
No son trabajos sencillos ni efectistas. Exigen mucho más que la enorme capacidad de tocar muchas notas a lo largo de dos horas. Exigen algo más sutil y menos fácil de obtener: el compromiso y la estética, unidos al trabajo minucioso. Todo eso es una síntesis. Ello a la vez parece evidenciar un propósito, el de ir en pos de aquello evanescente que se encuentra siempre en algo profundo y que el artista debe saber captar y plasmar.
Eduardo Balestena
El temperamento
El sistema de afinación de los modernos instrumentos de teclado –por temperamento igual- es diferente al de los antiguos –por temperamento distinto. En éstos, las alteraciones de sostenidos y bemoles eran diferentes, es decir, un fa sostenido no era igual a un sol bemol. Se estaba así más cerca de la entonación justa, pero cuanto el instrumento modulaba a tonalidades más lejanas, se producía una creciente desafinación, que originaba problemas, tanto en los instrumentos solistas como, con más razón, en los conjuntos instrumentales.
En 1691, el organista y teórico Andreas Werckmeister (1645-1706) descubrió que al dividir la octava en doce semitonos iguales la afinación era imperceptiblemente menos exacta pero más agradable –temperamento igual- y así, un fa sostenido pasó a ser equivalente a un sol bemol. La innovación comenzó a ser aceptada, y los compositores a producir obras en esta tesitura. Mientras Scarlatti asumió un pasaje libre y resuelto de una tonalidad a otra, Bach lo hizo de una manera sistemática, tonalidad a tonalidad, con los Preludios del clave bien temperado, cuyo primer tomo, data de 1722.
El clave bien temperado
De este modo, la formulación de Bach fue la de concebir una serie de preludios, que anteceden a las respectivas fugas, en cada una de las tonalidades, empezando por do mayor y terminando en él. Este famoso primer preludio, música recordadas películas “Bagdad Café”, de Percy Adlon, o “La amante del Teniente francés”, fue interpretado al final como bis.
El modelo de Bach fue la Ariadna Musica (1715) de Johann Caspar Ferdinand Fischer, que también es una colección de preludios y fugas dentro del círculo de las tonalidades.
En la presentación del concierto, Arón Kemelmajer subrayó que el resultado está lejos de la uniformidad, por el contrario, revela una enorme diversidad en el tratamiento de cada preludio y fuga.
Ello es una de las cosas que más impactan de la obra, las otras son su vastedad y la sensación de que a cada paso surge algo sorprendente y sorpresivo, que esa cuidada arquitectura está sin embargo llena de sorpresas.
Profundidad pianística
Hugo Schuler, nacido en 1984, tocó en 2003 el Concierto nro. 5 “El emperador” de Beethoven, en 2004 se presentó con las “Variaciones Goldberg” de Bach, y finalmente, con la versión integral del primer libro de los “Preludios y fugas del Clave bien temperado”. Lo hizo de memoria, lo cual, más allá de que sea el resultado musical lo que importa, no es un dato menor, ya que, por ejemplo, las versiones de Jenó Jandó abarcan dos discos compactos (con una duración conjunta de unos 140 minutos) para cada libro.
No es frecuente encontrar versiones integrales. Generalmente se interpretan distintos preludios y fugas.
No parece común en un pianista el propósito de incursionar en obras de madurez de Bach, que por una u otra razón tienen un significado propio e intransferible en su música. Las exigencias son constantes en la forma, la dificultad, los pasajes de contrapunto de hasta cuatro voces, la rapidez en unas partes y la suavidad extrema en otras; y en conferirle esa diversidad con la que fue escrita.
La empresa de abordarla de nada serviría si no tuviese ese espíritu, a la vez de unidad y de continuos cambios. No es simplemente transitarla sino poder plantear su profundidad, sus matices. Ir más allá de esa textura intrincada y hacerla presente en atributos más propios de una madurez pianística, que de un joven intérprete. Es tan evidente que los preludios y fugas todo lo exigen en cuanto a su mecánica, como que ese dominio no es de por si suficiente si no está dado en una actitud introspectiva y de sensibilidad para con la obra, en cuanto a su dinámica y sus matices.
Tanto en las variaciones Goldberg, de 1741 (particularmente en algunas, como la 14 y la 26), como en los Preludios y fugas, hay algo en común: ese punto en que la escritura distante y acaso fría de Bach, se ilumina con una llama tenue, la de una sensibilidad, la de una sutil y rara calidez que parece marcar un paso más allá del barroco tardío.
En este sentido, el piano hace más visible esta particularidad y enuncia más que la obra en sí misma, las cosas que suscita, y esto es lo que pudimos escuchar por Hugo Schuler, nacido en Quilmas, alumno de Aldo Antognazzi, finalista del concurso Martha Argerich, que ha interpretado el ciclo integral de sonatas de Mozart: no sólo la obra sino lo que el piano tiene para aportarle, la historia que viene a sumarse a ella.
No son trabajos sencillos ni efectistas. Exigen mucho más que la enorme capacidad de tocar muchas notas a lo largo de dos horas. Exigen algo más sutil y menos fácil de obtener: el compromiso y la estética, unidos al trabajo minucioso. Todo eso es una síntesis. Ello a la vez parece evidenciar un propósito, el de ir en pos de aquello evanescente que se encuentra siempre en algo profundo y que el artista debe saber captar y plasmar.
Eduardo Balestena
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