miércoles, 23 de septiembre de 2009

La distante música


El ciclo de Bach a Piazzolla contó, en el concierto del 16 de agosto en el Teatro Colón, con la actuación de Miriam Fernández en tiorba.
Laúdes y tiorba
Esta guitarrista marplatense obtuvo su título de profesora en el Conservatorio Luís Gianneo, y prosiguió su carrera en Europa (incluidos sus posgrados) y ha desarrollado una extensa trayectoria, primero con música contemporánea, género en el cual obtuvo muy importantes distinciones. A partir de las master classes con Rolf Lislevand comenzó a serle revelado el mundo de los instrumentos antiguos, e inició estudios en el Centro de Música Antigua de Ginebra con Jonathan Rubin, en una primera etapa abordando el laúd renacentista y barroco y luego la tiorba, una especie de laúd con dos clavijeros y catorce cuerdas, que la expanden hacia los registros más graves.
Como plasmó tanto en su presentación en el Teatro Colón, como en su clase del martes 18, cuando algunos tuvimos la oportunidad de una cercanía mayor a este instrumento, a la intérprete, y a la sensibilidad hacia un repertorio y una estética hecha en la espontaneidad y la cercanía, el laúd (luth en francés, raíz de la palabra luthier) experimentó muchos cambios entre el renacimiento y el barroco temprano, período al cual pertenecían en general las obras que abordó: de Bellerofonte Castaldi (1580-1649) Tecchiana-Corrente, Laurina-Corrente; Robert de Visé (Francia, 1658-1725), Suite en re mayor; Francois Couperin (París, 1668-1735), Les Sylvains (Duendes del bosque); Jean Baptiste Lully, Entrada de Apollon, de la ópera-ballet El triunfo del amor; Robert de Visé, suite en la menor; Alessandro Piccinini (1566-1638), Tocata Prima y Chiacona in partite variate y Giovanni Kapsberger (1580-1651?) Tocata arpeggiatta y Gagliarda, Partitta Prima y Partitta seconda.
El mástil sobre el cual suenan las ocho primeras cuerdas de la tiorba lleva trastes de cuerda, anudados con un nudo marinero en la parte posterior, y las seis restantes suenan al aire. Los estándares de afinación del barroco eran por cuartas, salvo la tercera cuerda si/sol (tercera y cuarta en la tiorba, igual que la segunda y tercera de la guitarra moderna). Los bajos al aire son una octava en escala, y tonos y semitonos son ordenados según la tonalidad de cada pieza. La afinación barroca es con el la en 415hz (aproximadamente un semitono mas grave de la afinación actual), y las tiorbas debían adaptarse a la afinación en 415 de los órganos alemanes barrocos.
El bellísimo instrumento, con caja convexa de gajos de nogal, de Miriam Fernández fue construido por el luthier alemán Armin Gropp. Se trata de una tiorba hecha para la actuación solista, diferente al que utiliza para tocar en ensambles (la altura máxima de ésta última es de un metro ochenta). Resulta sumamente sensible a las variaciones climáticas; la perjudican los climas fríos y secos, y al escuchársela sin la amplificación que debió ser utilizada en el Teatro Colón, se siente –además del que producen en la melodía y de las tenues inflexiones del discurso- el sonido de sus cuerdas al ser tocadas. El laúd es un instrumento de por sí frágil, y era sabido que sus partes tenían una determinada vida útil. Introducido a Europa por los árabes, es posible diferenciar al medieval, del renacentista (con cuerdas dobles) y del laúd barroco; esto último coincide con el pasaje de la polifonía al establecimiento de la tonalidad. Antes que en los instrumentos de teclado, que llegaron a él con el primer libro de El clave bien temperado, de Bach, ya los instrumentos de cuerda utilizaban la afinación por temperamento igual.
Las viejas tardes y la distante música
Es una sensación muy diferente la que depara esta música, que requiere no sólo un particular modo de aproximación a las cuerdas, muy flexible y delicado, sino también la sensibilidad para ubicar la cuerda justa, a veces gracias a la vibración de la que acaba de sonar.
También exige un modo de respirar y relacionarse con la melodía, como si el instrumento dijera a través de sus cuerdas el discurso interior que emana de la voz de quien lo toca, voz que sólo es tal a través de esas cuerdas.
Hay técnica, en gran medida, pero más que nada para lograr esta sensibilidad, y para asociar aquellas sensaciones que depara la melodía con las físicas de los dedos. No hay automatismos, no hay un modo estándar de tocar.
Miriam Fernández optó por la tiorba por su afinidad con los sonidos graves, por su registro de contralto, y su instrumento, a la usanza de los antiguos, está hecho en las dimensiones de sus manos.
La música del barroco temprano, anterior a los esquemas armónicos establecidos a partir del clasicismo, suena más libre y fluyente, dando la impresión de que, en su discurrir, va siendo improvisada, como si estuviera buscando un sonido oculto y como si gozara repitiéndolo una vez que encuentra esa inflexión justa.
Un ejemplo es la Tocata arpeggiata, de Giovanni Kapsberger, donde la tablatura marca una melodía simple en redondas: es el intérprete el encargado de encontrar las variaciones, el modo de decir ese núcleo una y otra vez y hacer que sea una y otra vez diferente (recuerda en esto a la Sonerie de Saint Genevieve du Mont de Paris, de Mari Marais). Al ser establecida la línea melódica, hay que elegir una manera de decirla, como si se hablara. Es una música intuitiva, cercana, hecha en la suavidad, con notas que no terminan sino que se desvanecen.
Pocas veces la frase de Robert Kincaid, en Los puentes del condado de Madison: “por las viejas tardes y la distante música” pudo ser más acertada.
Esta música, distante sólo en el tiempo, conjurada por alguien con el talento, interior y exterior, de decirla a partir de una sensibilidad y un dominio técnico que la sirve, es sin embargo muy cercana en sus resonancias.



Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

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