Dos mundos sonoros
El Cuarteto de cuerdas de la Universidad (sobre el cual, de manera imperdonable, no nos hemos ocupado hasta ahora) lleva treinta y un años de formación, y actualmente se compone con Pablo Albornoz (primer violín), Iris Ruzicky (segundo violín), Guillermo Becerra (viola) y Eduardo Falchi, miembro del grupo desde su formación (cello).
Inicialmente constituido por la iniciativa de Mario Morelli, entonces concertino de la Orquesta Sinfónica, lleva más de novecientas presentaciones en su haber.
Actúa habitualmente (en forma gratuita) en Los Gallegos Shopping, y el 22 de noviembre, día de la música, tuvo lugar su último concierto del año.
Una pequeña música nocturna (Eine kleine Natchtmusik), K. 525, de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)
Es sugestivo que la escritura de esta obra, originalmente para dos violines, viola, violoncello y contrabajo, date de 1787, el año de Don Giovanni, acaso la creación maestra de Mozart, junto con las últimas sinfonías. Es una vuelta a la música ligera y mundana, y a su gran encanto.
El arreglo para cuarteto de cuerdas no le resta a la obra esa gracia inherente a sí misma, que enuncia ya desde el allegro inicial, que surge con un aire marcial de obertura de ópera bufa.
El versátil Pablo Albornoz, en el rol de primer violín, confirió a la obra su tempo, que estableció también el fraseo, flexible y con relieve, más allá de los inconvenientes en la enunciación de uno de los temas, y del allegro en forma de sonata, final.
Mozart, aun en las obras archiconocidas, presenta siempre el desafío de que (pese a que el encanto sonoro hace que lo demás sea relegado a un segundo plano) incluso en obras sin profundidad, todo sea visible todo el tiempo.
Cuestión aparte es la de pensarlas en su lenguaje original, e interpretarlas con técnicas diferentes a las modernas, lo cual en modo alguno hace que no podamos disfrutar de éstas últimas.
Cuarteto nro.1, opus 11, en re mayor, de Piotr Illich Tchaicovsky
La edición del cuarteto Amadeus del opus 11 de Tchaicovsky (Deutsche grammophon, 1980), cuenta que Nikolay Rubinstein sugirió al compositor (de 30 años entonces y cuya fama aumentaba) a comienzos de 1871 ofrecer un concierto dedicado íntegramente a sus obras. Al sentirse incapaz de afrontar un programa sinfónico, escribió para la ocasión este cuarteto, obra rica y madura, que responde a la esencia de la estética del compositor ruso: el lirismo como fuerza en sí, capaz de generar su propia forma, y el hecho de que la construcción formal puede ser percibida, pese al lirismo al cual sustenta. Si algo se le reprochó al compositor de esta etapa del nacionalismo romántico, fue su falta de formas. Aquí la intensidad brota y fluye de sólo cuatro instrumentos. En esto responde a la tradición del cuarteto, como forma íntima y a la vez experimental (como los de Mozart, Beethoven y Bartók). Pero en Tchaicovsky, esta intensidad está al servicio de la riqueza melódica, quizás más allá de cualquier propósito experimental.
No hay nada superfluo en él, y el andante cantabile del segundo movimiento, debe ser uno de los momentos más hermosos de su música, con el tema del primer violín, desarrollado hasta la introducción del segundo, en un episodio iniciado por el segundo violín. En el final, vuelven los dos temas a ser expuestos por el primer violín, en un registro más grave (otra de las cosas que se le reprochó, fueron los temas fáciles y pegadizos).
Muchas son las ideas, tantas como las invenciones melódicas: el tiempo danzante del tercer movimiento (scherzo), o el tema con variaciones del último (finale, allegro giusto), en el cual el primer violín deja el cantabile para pasar a dar al cello una base rítmica para variar el tema; en otra variación, lo hace con la viola y el cello.
Trabaja las intensidades, los pasajes rápidos, el contrapunto: nada parece quedar fuera de estos recursos, que van siendo desplegados y utilizados incesantemente.
Se trata de una obra de enorme dificultad interpretativa, que el cuarteto de la Universidad tocó por primera vez.
Hay obras menos transitadas, a las que resulta difícil acceder incluso en la discografía. Es, además de una injusticia, un cuestión a valorar, la de poder apreciarlas en vivo.
Los miembros del cuarteto, músicos de la Orquesta Sinfónica, saben explorar el ámbito camarístico, que debe conferirnos esa sensación de que la música va abriendo e iluminando algo, que ese repertorio debe ofrecernos la sensación de inagotable inventiva que en este caso tiene el cuarteto opus 11.
Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar
El Cuarteto de cuerdas de la Universidad (sobre el cual, de manera imperdonable, no nos hemos ocupado hasta ahora) lleva treinta y un años de formación, y actualmente se compone con Pablo Albornoz (primer violín), Iris Ruzicky (segundo violín), Guillermo Becerra (viola) y Eduardo Falchi, miembro del grupo desde su formación (cello).
Inicialmente constituido por la iniciativa de Mario Morelli, entonces concertino de la Orquesta Sinfónica, lleva más de novecientas presentaciones en su haber.
Actúa habitualmente (en forma gratuita) en Los Gallegos Shopping, y el 22 de noviembre, día de la música, tuvo lugar su último concierto del año.
Una pequeña música nocturna (Eine kleine Natchtmusik), K. 525, de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)
Es sugestivo que la escritura de esta obra, originalmente para dos violines, viola, violoncello y contrabajo, date de 1787, el año de Don Giovanni, acaso la creación maestra de Mozart, junto con las últimas sinfonías. Es una vuelta a la música ligera y mundana, y a su gran encanto.
El arreglo para cuarteto de cuerdas no le resta a la obra esa gracia inherente a sí misma, que enuncia ya desde el allegro inicial, que surge con un aire marcial de obertura de ópera bufa.
El versátil Pablo Albornoz, en el rol de primer violín, confirió a la obra su tempo, que estableció también el fraseo, flexible y con relieve, más allá de los inconvenientes en la enunciación de uno de los temas, y del allegro en forma de sonata, final.
Mozart, aun en las obras archiconocidas, presenta siempre el desafío de que (pese a que el encanto sonoro hace que lo demás sea relegado a un segundo plano) incluso en obras sin profundidad, todo sea visible todo el tiempo.
Cuestión aparte es la de pensarlas en su lenguaje original, e interpretarlas con técnicas diferentes a las modernas, lo cual en modo alguno hace que no podamos disfrutar de éstas últimas.
Cuarteto nro.1, opus 11, en re mayor, de Piotr Illich Tchaicovsky
La edición del cuarteto Amadeus del opus 11 de Tchaicovsky (Deutsche grammophon, 1980), cuenta que Nikolay Rubinstein sugirió al compositor (de 30 años entonces y cuya fama aumentaba) a comienzos de 1871 ofrecer un concierto dedicado íntegramente a sus obras. Al sentirse incapaz de afrontar un programa sinfónico, escribió para la ocasión este cuarteto, obra rica y madura, que responde a la esencia de la estética del compositor ruso: el lirismo como fuerza en sí, capaz de generar su propia forma, y el hecho de que la construcción formal puede ser percibida, pese al lirismo al cual sustenta. Si algo se le reprochó al compositor de esta etapa del nacionalismo romántico, fue su falta de formas. Aquí la intensidad brota y fluye de sólo cuatro instrumentos. En esto responde a la tradición del cuarteto, como forma íntima y a la vez experimental (como los de Mozart, Beethoven y Bartók). Pero en Tchaicovsky, esta intensidad está al servicio de la riqueza melódica, quizás más allá de cualquier propósito experimental.
No hay nada superfluo en él, y el andante cantabile del segundo movimiento, debe ser uno de los momentos más hermosos de su música, con el tema del primer violín, desarrollado hasta la introducción del segundo, en un episodio iniciado por el segundo violín. En el final, vuelven los dos temas a ser expuestos por el primer violín, en un registro más grave (otra de las cosas que se le reprochó, fueron los temas fáciles y pegadizos).
Muchas son las ideas, tantas como las invenciones melódicas: el tiempo danzante del tercer movimiento (scherzo), o el tema con variaciones del último (finale, allegro giusto), en el cual el primer violín deja el cantabile para pasar a dar al cello una base rítmica para variar el tema; en otra variación, lo hace con la viola y el cello.
Trabaja las intensidades, los pasajes rápidos, el contrapunto: nada parece quedar fuera de estos recursos, que van siendo desplegados y utilizados incesantemente.
Se trata de una obra de enorme dificultad interpretativa, que el cuarteto de la Universidad tocó por primera vez.
Hay obras menos transitadas, a las que resulta difícil acceder incluso en la discografía. Es, además de una injusticia, un cuestión a valorar, la de poder apreciarlas en vivo.
Los miembros del cuarteto, músicos de la Orquesta Sinfónica, saben explorar el ámbito camarístico, que debe conferirnos esa sensación de que la música va abriendo e iluminando algo, que ese repertorio debe ofrecernos la sensación de inagotable inventiva que en este caso tiene el cuarteto opus 11.
Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar
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