miércoles, 15 de agosto de 2012


Los límites de la delicadeza
En el concierto inicial del octavo año del ciclo de Bach a Piazzolla, el 22 de julio en el Teatro Municipal Colón, contó con las actuaciones de Silvia Bango en piano; Federico Dalmacio en cello y Mario Romano en clarinete.
La Elegía opus 24 de Gabriel Fauré abrió el programa. Música hecha de despojamiento, delicadeza y renuncia (a la exuberancia, al planteo formal o al efecto), requiere sin embargo una sutileza de fraseo en su discurrir y una inflexión justa. Federico Dalmacio es solista de cello de la Orquesta Sinfónica e interviene en otros organismos, como la Orquesta de la Ópera y la Sinfónica de Olavaria. Logró un clima ya desde la frase inicial que conduce a una obra muy querida para su autor. Silvia Bango, pianista de amplia trayectoria, que ha intervenido como solista en las Variaciones Sinfónicas de César Franck, brindó el marco que que confiere el piano a los requerimientos del cello: acompañarlo, plantear el clima a sus frases: las preanuncia y les confiere color al terminar en lo que no es un simple acompañamiento. Obra de juventud –en su primera versión- es de una nostalgia elegante, la de alguien que afirmó “yo he llevado muy lejos las barreras de la delicadeza”; en lo que es un postulado: música hecha de un modo de decir que requiere un mínimo de forma musical.
Gran dúo concertante opus 48 de Carl Maria von Weber        
            Muy distintos son los requerimientos del gran dúo concertante de Weber, tanto en la rapidez como en la claridad y musicalidad de frases, por ejemplo en el andante central, elementos sin los cuales la obra se reduciría a su planteo virtuosístico. Aunque no mucho, va más allá de esos postulados, en una textura muy cerrada donde debe haber un claro balance entre el tempo y la articulación de frases siempre en registros tan claros que toda elección que no sea la justa afectaría al conjunto. No es sólo la rapidez, sino también el acento, pero los tiempos de decisión para saber que acentuar y cómo son ciertamente breves y riesgosos y la precisión absoluta entre los dos instrumentos. Mario Romano hizo ya como solista el concierto nro. 2 de Weber, y se mueve con una absoluta libertad en una obra cuyo rondó por ejemplo requiere, en su sección central, rápidos e intrincados pasajes que pasan luego al piano, en una frase –la inicial- que no debe perder nunca ese carácter cristalino y de divertimento. Otro pasaje de gran dificultad es el del final del rondó.
            Trío opus 114 de Johannes Brahms          
            A la escritura de la cuarta sinfonía sobrevino una etapa diferente, la de una música de cámara poética, madura e introspectiva. Es en esa etapa en la que Brahms conoció, en 1891, a Richard von Meinigen, un virtuoso clarinetista que influyó sus obras dedicadas a un instrumento del que tomó la sonoridad más plácida y dulce. El virtuoso del piano concibió así este trío en el cual reserva al cello y al clarinete el planteo de la obra y la presentación de sus temas, con la intervención de un piano siempre envolvente y en una doble función expresiva y de soporte. Es muy estrecho y sutil el diálogo, particularmente entre el cello –que enuncia el bello tema inicial- y el clarinete en un conjunto que sonó muy armado, tanto en la precisión de las intervenciones como en el timbre. No es fácil ese resultado en instrumentos como el cello y el clarinete.
            Obra tan precisa como sutil, uno de sus mejores momentos quizás sea el adagio, una forma ternaria A-B-A en la que el clarinete presenta el tema mientras el piano y el cello lo subrayan armónicamente; luego va tomándolo el cello, mientras el clarinete pasa a subrayar la intervención de la cuerda; un lenguaje que preanuncia al quinteto opus 115, obra también profunda y madura. El tema es variado –en la sección central- por los instrumentos, como lo será en el quinteto, en lo que parecen cambios tonales y modales. Es muy bella –quizás el mejor momento de la obra- la enunciación del clarinete luego de la sección central: con más lentitud, notas más prolongadas y, al parecer, en otra tonalidad.
            Silvia Bango, Federico Dalmacio y Mario Romano obtuvieron una versión de muchos matices, de sutileza en la concepción sonora y de entendimiento en un diálogo al que siempre pudieron darle las inflexiones justas, tanto en el tempo de andantino (como el del quinteto, es delicado en esa elección), y el enérgico Allegro final cuyo diálogo se hace rápido, en notas de corta duración y en una gradación de intensidades siempre cambiante.
            También a Brahms cabe la frase de Gabriel Fauré de haber llevado muy lejos la barrera de la delicadeza.
             
       

Eduardo Balestena


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