El pianista Hugo Schuler se presentó en el segundo concierto del ciclo de Bach a Piazzolla, en el Teatro Colón el 26 de agosto.
En anteriores oportunidades interpretó –entre otras obras- las Variaciones Goldberg, una integral del Primer libro de preludios y fugas del clave bien temperado, de Bach y las 33 variaciones sobre un tema de Antón Diabelli, de Beethoven. Es clara su decisión estética: obras profundas que requieren abordajes maduros y ninguna concesión al efecto fácil. Ha grabado ambos libros de El clave bien temperado, para el sello IRCO, y entre sus muchos antecedentes se cuenta la beca recibida por la fundación Carolina de España, para continuar sus estudios en el Conservatorio Superior del Liceo de Barcelona. Son numerosos los premios que ha ganado a lo largo de su carrera.
En esta presentación abordó seis preludios y fugas del Libro II de El Clave bien temperado, de Bach: en do mayor (BWV 870); en do menor (BWV 871); en do sostenido mayor (BWV 872); en do sostenido menor (BWV 873); en re mayor (BWV 874) y en re menor (BWV 875). Se trata de trabajos de grandes requerimientos: expresivos, de exactitud, de sonoridad, muy diferentes entre sí. Las obras mayores de Bach en el piano admiten diferentes enfoques sólo posibles a partir de un dominio técnico. En este caso (a diferencia de por ejemplo Jenö Jandó), fue el toque claro y enérgico, que hizo visibles los relieves entre estos pasajes (como el de la fuga del BWV 873 y el delicado preludio en re mayor, BWV 874). Bach nos muestra la vastedad de una música que nos pide reparar en ella y no en la técnica: es a este mundo a lo que los pianistas deben permitirnos acceder.
Luego del estilo absolutamente distinto de la Fantasía en Do menor, K. 475 de Mozart, obra con muchas gradaciones dinámicas y de un permanente claroscuro que recuerda más a las últimas sinfonías que a las sonatas para piano, abordó la Sonata nro. 30, opus 109 de Beethoven; posterior a la monumental Hammerklavier (nro. 29) recuerda a ella en varios aspectos.
Concebidas en la transición de la música doméstica a aquella destinada a las salas de concierto, en los recitales que comenzó a hacer Liszt, es al mismo tiempo una obra libre e introspectiva. Ello se advierte en la permanente variación dinámica que lleva, en el primer movimiento, del delicado comienzo a intrincados pasajes contrapuntísticos, un permanente pasaje del forte al piano que, en la parte lenta del primer movimiento recuerda a la fuga de la sonata nro. 29. Otra característica es el toque legato que comenzó a usar Beethoven (como en el comienzo del 2do. Movimiento) que da otra continuidad a un discurso que permanentemente cambia (en intensidad, en motivos, en relaciones de armonía) y lo hace más cantabile. Plantea para el solista la técnica que permita llevar ese discurso sin detenerse en su pura complejidad, sus intensidades, pausas y otros elementos como el uso del pedal, cambios de acento; decisiones referidas a los aspectos agógicos, es decir, a la manera de dar intensidad y profundidad a un fraseo, acentuando, retardando, buscando no la mecanización sino el relieve y el permanente cambio. En este sentido las últimas sonatas de Beethoven son un campo ideal para esta experimentación y a la vez plantean el interrogante acerca de si ellas mismas contienen ese universo de posibilidades o éstas vienen de la interpretación.
Hugo Schuler logró plantearla de este modo. No es una obra de tensiones sino de intensidades y a la vez que abierta a un sonido fuerte e intenso (posibilidad que empezó a ser brindada por los pianos ingleses que comenzaron a usarse en la época) es absolutamente introspectiva, como lo demuestra el tempo lento del final. Lejos del fácil efecto de otras sonatas, o del puro encanto melódico, se trata de un opus en el que debemos buscar emociones e ideas, desafíos técnicos y libertad interpretativa pero puestos al servicio de una profundidad.
El concierto finalizó con El Corpus Christi de Sevilla, del primer libro de la suite Iberia, de Albéniz, obra compleja y virtuosa en la cual el tema vuelve, permanentemente enriquecido, en un permanente acento rítmico.
Hugo Shuler hizo como bis la Consolación nro. 3 de Franz Liszt, conocida y bellísima obra.
La sensibilidad hacia obras sustantivas capaces por sí mismas de abrir no sólo sensaciones sino preguntas, no es habitual en los pianistas más jóvenes. En este caso se trató de un viaje por expresiones máximas de distintas texturas: el barroco tardío, el clasicismo de Mozart, exponente del movimiento sturm und drang, abierto ya a una nueva sensibilidad, el de Beethoven, que trae a esa sensibilidad un lenguaje propio, y el nacionalismo de Albéniz.
En anteriores oportunidades interpretó –entre otras obras- las Variaciones Goldberg, una integral del Primer libro de preludios y fugas del clave bien temperado, de Bach y las 33 variaciones sobre un tema de Antón Diabelli, de Beethoven. Es clara su decisión estética: obras profundas que requieren abordajes maduros y ninguna concesión al efecto fácil. Ha grabado ambos libros de El clave bien temperado, para el sello IRCO, y entre sus muchos antecedentes se cuenta la beca recibida por la fundación Carolina de España, para continuar sus estudios en el Conservatorio Superior del Liceo de Barcelona. Son numerosos los premios que ha ganado a lo largo de su carrera.
En esta presentación abordó seis preludios y fugas del Libro II de El Clave bien temperado, de Bach: en do mayor (BWV 870); en do menor (BWV 871); en do sostenido mayor (BWV 872); en do sostenido menor (BWV 873); en re mayor (BWV 874) y en re menor (BWV 875). Se trata de trabajos de grandes requerimientos: expresivos, de exactitud, de sonoridad, muy diferentes entre sí. Las obras mayores de Bach en el piano admiten diferentes enfoques sólo posibles a partir de un dominio técnico. En este caso (a diferencia de por ejemplo Jenö Jandó), fue el toque claro y enérgico, que hizo visibles los relieves entre estos pasajes (como el de la fuga del BWV 873 y el delicado preludio en re mayor, BWV 874). Bach nos muestra la vastedad de una música que nos pide reparar en ella y no en la técnica: es a este mundo a lo que los pianistas deben permitirnos acceder.
Luego del estilo absolutamente distinto de la Fantasía en Do menor, K. 475 de Mozart, obra con muchas gradaciones dinámicas y de un permanente claroscuro que recuerda más a las últimas sinfonías que a las sonatas para piano, abordó la Sonata nro. 30, opus 109 de Beethoven; posterior a la monumental Hammerklavier (nro. 29) recuerda a ella en varios aspectos.
Concebidas en la transición de la música doméstica a aquella destinada a las salas de concierto, en los recitales que comenzó a hacer Liszt, es al mismo tiempo una obra libre e introspectiva. Ello se advierte en la permanente variación dinámica que lleva, en el primer movimiento, del delicado comienzo a intrincados pasajes contrapuntísticos, un permanente pasaje del forte al piano que, en la parte lenta del primer movimiento recuerda a la fuga de la sonata nro. 29. Otra característica es el toque legato que comenzó a usar Beethoven (como en el comienzo del 2do. Movimiento) que da otra continuidad a un discurso que permanentemente cambia (en intensidad, en motivos, en relaciones de armonía) y lo hace más cantabile. Plantea para el solista la técnica que permita llevar ese discurso sin detenerse en su pura complejidad, sus intensidades, pausas y otros elementos como el uso del pedal, cambios de acento; decisiones referidas a los aspectos agógicos, es decir, a la manera de dar intensidad y profundidad a un fraseo, acentuando, retardando, buscando no la mecanización sino el relieve y el permanente cambio. En este sentido las últimas sonatas de Beethoven son un campo ideal para esta experimentación y a la vez plantean el interrogante acerca de si ellas mismas contienen ese universo de posibilidades o éstas vienen de la interpretación.
Hugo Schuler logró plantearla de este modo. No es una obra de tensiones sino de intensidades y a la vez que abierta a un sonido fuerte e intenso (posibilidad que empezó a ser brindada por los pianos ingleses que comenzaron a usarse en la época) es absolutamente introspectiva, como lo demuestra el tempo lento del final. Lejos del fácil efecto de otras sonatas, o del puro encanto melódico, se trata de un opus en el que debemos buscar emociones e ideas, desafíos técnicos y libertad interpretativa pero puestos al servicio de una profundidad.
El concierto finalizó con El Corpus Christi de Sevilla, del primer libro de la suite Iberia, de Albéniz, obra compleja y virtuosa en la cual el tema vuelve, permanentemente enriquecido, en un permanente acento rítmico.
Hugo Shuler hizo como bis la Consolación nro. 3 de Franz Liszt, conocida y bellísima obra.
La sensibilidad hacia obras sustantivas capaces por sí mismas de abrir no sólo sensaciones sino preguntas, no es habitual en los pianistas más jóvenes. En este caso se trató de un viaje por expresiones máximas de distintas texturas: el barroco tardío, el clasicismo de Mozart, exponente del movimiento sturm und drang, abierto ya a una nueva sensibilidad, el de Beethoven, que trae a esa sensibilidad un lenguaje propio, y el nacionalismo de Albéniz.
Beethoven, Sonata nro. 30, opus 109, por Rudolf Serkin
Eduardo Balestena
http://opus155musicadecamara.blogspot.com
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