Solamente Brahms, de Edgardo Roffé, un disco compacto acabado de aparecer en una cuidada edición, con comentarios del conocido crítico Edgardo Kleinman, recopila obras que son a la vez una exploración por parte del compositor alemán, como un hallazgo estético –tal el caso de las 4 baladas opus 10 por ejemplo, o la Gavota sobe un tema de Glück.
Asistimos, además de al de las Danzas Húngaras, en este caso la 1, 5 y 7, o los valses, como el opus 39, a otro Brahms que evidencia el carácter dual de sus obras para piano: por un lado la invención melódica y la gracia, y por otro, la intimidad, la introversión, el detenimiento, la delicadeza y la poesía.
Brahms es profundo en el piano de una manera diferente a la que lo es en la orquesta, despojado de toda preocupación por construir una armonía que sostenga sus ideas, se vuelca solamente a un refinamiento sonoro extremo, planteado en intensidades, matices, duraciones y silencios. Recuerda al Brahms de las sonatas, pero expresado en una sola voz que brota sin efectismos, pura belleza.
Tal es el caso de obras como las cuatro baladas. Contra todo lo esperable, la primera de ellas es inspirada en la antigua balada escocesa “Edward”, y responden, en su conjunto, a una suerte de programa, que, más allá de lo sorprendente de la propuesta en un músico puro como Brahms, nos interesa mayormente para denotar la facilidad para crear climas sonoros diferentes. Compuestas en 1854, es decir tempranamente, tienen la impronta de Schumann, y nos plantean a Brahms como un punto de inflexión entre Beethoven y Schumann.
También tempranas son las Zarabandas, escritas en 1855, cuando Brahms contaba con 22 años de edad, que posiblemente estuvieran destinadas, junto con gavotas y fugas, a integrar alguna suite, al estilo de las suites inglesas de Bach.
Una de las obras más interesantes es la transcripción para la mano izquierda de la Chacona de la partita nro. 2 en re menor para violín, de Bach. Es evidente la dificultad que entraña sintetizar en una sola mano, con la técnica y los efectos arpegiados, la pureza de la obra de Bach.
Se trata de ideas estéticas distintas, de requerimientos también distintos: del ritmo del vals al de las danzas, de la precisión a la expresividad más pura. El universo de Brahms siempre es profundo, ya sea en los sentimientos que depara al proponer su ideal sonoro de la música por la música, ya sea en lo que exige del intérprete, que debe ser fiel a ese ideal, y obtener un fraseo igualmente hecho de exactitud y de hondura. Ello se percibe en un discurso lleno de relieves, donde la dificultad técnica se encuentra dada en pos de un ideal estético muy definido.
Como lo testimonian sus numerosos videos -en youtube- y sus presentaciones, Edgardo Roffé ha abordado tanto a Bartók como a De Falla, a Granados, a Mozart, a Beethoven. En este trabajo ha elegido el descubrimiento de un Brahms diferente al habitual, con obras tempranas y de madurez, menos conocidas, y muy conocidas. Al hacerlo nos dice que la música es siempre un territorio con cosas por descubrir.
Eduardo Balestenaebalestena@yahoo.com.ar
Asistimos, además de al de las Danzas Húngaras, en este caso la 1, 5 y 7, o los valses, como el opus 39, a otro Brahms que evidencia el carácter dual de sus obras para piano: por un lado la invención melódica y la gracia, y por otro, la intimidad, la introversión, el detenimiento, la delicadeza y la poesía.
Brahms es profundo en el piano de una manera diferente a la que lo es en la orquesta, despojado de toda preocupación por construir una armonía que sostenga sus ideas, se vuelca solamente a un refinamiento sonoro extremo, planteado en intensidades, matices, duraciones y silencios. Recuerda al Brahms de las sonatas, pero expresado en una sola voz que brota sin efectismos, pura belleza.
Tal es el caso de obras como las cuatro baladas. Contra todo lo esperable, la primera de ellas es inspirada en la antigua balada escocesa “Edward”, y responden, en su conjunto, a una suerte de programa, que, más allá de lo sorprendente de la propuesta en un músico puro como Brahms, nos interesa mayormente para denotar la facilidad para crear climas sonoros diferentes. Compuestas en 1854, es decir tempranamente, tienen la impronta de Schumann, y nos plantean a Brahms como un punto de inflexión entre Beethoven y Schumann.
También tempranas son las Zarabandas, escritas en 1855, cuando Brahms contaba con 22 años de edad, que posiblemente estuvieran destinadas, junto con gavotas y fugas, a integrar alguna suite, al estilo de las suites inglesas de Bach.
Una de las obras más interesantes es la transcripción para la mano izquierda de la Chacona de la partita nro. 2 en re menor para violín, de Bach. Es evidente la dificultad que entraña sintetizar en una sola mano, con la técnica y los efectos arpegiados, la pureza de la obra de Bach.
Se trata de ideas estéticas distintas, de requerimientos también distintos: del ritmo del vals al de las danzas, de la precisión a la expresividad más pura. El universo de Brahms siempre es profundo, ya sea en los sentimientos que depara al proponer su ideal sonoro de la música por la música, ya sea en lo que exige del intérprete, que debe ser fiel a ese ideal, y obtener un fraseo igualmente hecho de exactitud y de hondura. Ello se percibe en un discurso lleno de relieves, donde la dificultad técnica se encuentra dada en pos de un ideal estético muy definido.
Como lo testimonian sus numerosos videos -en youtube- y sus presentaciones, Edgardo Roffé ha abordado tanto a Bartók como a De Falla, a Granados, a Mozart, a Beethoven. En este trabajo ha elegido el descubrimiento de un Brahms diferente al habitual, con obras tempranas y de madurez, menos conocidas, y muy conocidas. Al hacerlo nos dice que la música es siempre un territorio con cosas por descubrir.
Eduardo Balestenaebalestena@yahoo.com.ar