.Jerusalem Chamber Music Festival
.Elena Bashkirova (piano y dirección)
.Chem Halevi (clarinete)
.Mihaela Martin
(violín)
.Frans Helmerson (violoncello)
.Temporada 2016 del Mozarteun; primer ciclo de conciertos
.Teatro Colón de Buenos Aires, 13 de junio
En su
cuarta función del primer ciclo 2016 el Mozarteum Argentino presentó a la
agrupación de cámara del Jerusalem Chamber Music Festival dirigida por la
pianista Elena Bashkirova.
La primera
de las obras interpretadas fue el Trío
en si bemol mayor, opus 11 “Gassenhauer” de Ludwig van Beethoven (1770-1827)
para clarinete, cello y piano. Escrito en 1798, responde a la idea de
desarrollar musicalmente un tema popular de ópera. Concebido en el lenguaje del clasicismo
desarrolla, en el último movimiento, una rica serie de variaciones sobre el
tema inicial. Beethoven ya explora un camino nuevo en el modo de utilizar las
variaciones, dando a ese marco clásico un nuevo sentido: la variación parte de
un elemento conocido y se aventura en sus posibilidades como si se improvisara
en un esquema mínimo. Aun sin el lenguaje denso e introspectivo de sus obras de
cámara mayores ya se advierte la impronta de búsqueda de libertad.
El Cuarteto para clarinete, violín,
violoncello y piano de Paul Hindemith (1895-1963) fue la segunda de las
obras.
Escrito en
la etapa posterior a las experiencias con la atonalidad -1938- en un proceso de
vuelta a las formas de los siglos XVII y XVIII- y estrenada en Nueva York en 1939, responde a
un ideal de búsqueda de la música pura, absoluta, regida por sus propias leyes
de composición y despojada de la
subjetividad romántica. La obra –de gran dificultad técnica- establece
un balance entre la importancia de los aspectos formales y el modo en que son
empleados: un paisaje siempre cambiante, por momentos, como en el primer
movimiento, con independencia de los instrumentos que sin embargo confluyen
concertadamente; fragmentos fugados, con entradas muy precisas y una casi renuncia
a la melodía sin desarrollos extensos. El resultado es una belleza parca y
concisa.
El segundo
movimiento, con el bello motivo del clarinete y el efecto que produce el modo
en que el violín y el cello acompañan ese motivo y el clima que surge en la
entrada del piano, momento en que cambia y se enriquece su carácter constituye
un lugar singular de la obra. El cambio en los matices, intensidades del
clarinete es permanente y conduce, en la elaboración del conjunto, a climas
siempre cambiantes.
El tercer movimiento,
que se inicia forma de fuga es el de mayor complejidad y dificultad técnica, en
intervenciones que van haciéndose más rápidas y cerradas, con una construcción
inspirada en las obras de Bach. Dividido en cuatro partes, esta suerte de
vuelta a las formas del barroco tardío se exterioriza de distintas maneras: el
uso de la fuga; las intervenciones del piano como una suerte de continuo, por
momentos, y en otra a la manera de las fugas de los libros de preludios y fugas
de Bach.
La segunda parte se inició con los Contrastes, Sz.111 BB 116 de Béla Bartók
(1881-1945) para violín, clarinete y piano, de 1938. El ideal del nacionalismo
cientificista, en pleno auge del positivismo científico significó que en la
base del lenguaje musical estuvieran presentes los ritmos, modos y formas del
rico acervo folklórico de la región centro europea y sus distintos pueblos:
rutenos, rumanos, eslovacos, búlgaros, turcos. Formas cuyas posibilidades
expresivas eran de por sí limitadas fueron sin embargo los elementos fundamentales
de un nuevo lenguaje, el del folklore
imaginario.
Lejos de
limitarlo, en un contexto de gran libertad en el uso de estos materiales, de todas
las posibilidades tímbricas y rítmicas instrumentales, este esquema formal abrió un totalmente nuevo en la música.
Los
contrastes, de gran dificultad técnica, surgidos en la adversidad del exilio,
son uno de los ejemplos más acabados: el primer movimiento, por ejemplo, está
dado en el Verbunkos, una danza bohemia de reclutamiento pero escrita en una
sucesión y alternancia de modos antiguos (lirio; dórico; locrio y eólico)
dentro de un lenguaje armónico que utiliza distintos intervalos (cuartas;
quintas: séptimas y octavas y unísonos), marco de rica elaboración formal dado
en una exploración tímbrica y de motivos. Su comienzo, en la atmósfera de
misterio planteada por el pizzicato inicial del violín prepara la entrada del
tema principal en el clarinete.
En el
segundo movimiento Pihenó (reposo)
también surge un tema enigmático que se hace más intrigante con la entrada del
piano, para intensificarse en el resto del desarrollo de diferentes maneras
(motivos, relaciones armónicas, el efecto del pizzicato en el transcurso de la
línea del violín) en un clima siempre sugerente y que finaliza de ese modo, sin
una resolución clara: la música no parece concluir sino simplemente detenerse.
El
tercero, Sebes (danza rápida)
contrasta en la intensidad, el uso de un
segundo violín con una afinación diferente (scordatura) y de dos clarinetes
(muy posiblemente en si bemol y do) y comienza con un rápido motivo luego
elaborado para alternar con una sección central, también en dos episodios y
volver al primer elemento y a un desarrollo ulterior de gran virtuosismo,
fuerza y riqueza.
El Trío nro. 1 en si bemol, para violín, violoncello
y piano D. 898, de Franz Schubert (1797-1828) cerro el programa.
Obra de
una enorme riqueza: en la belleza melódica, en las sonoridades e inflexiones del
discurso es por ello de una importante exigencia no sólo en los aspectos
técnicos (ya ese arranque en donde el motivo inicial comienza en el violín y
sigue en el cello es de gran precisión) sino también estéticos.
Consta de
un primer movimiento en la forma sonata que presenta un tema, suerte de centro
del desarrollo ulterior; un segundo en forma rondó y, tras el Scherzo un
riquísimo Rondó allegro vivace final enmarcado en una forma sonata.
Un tejido
de melodías y motivos de gran musicalidad, de muchos matices, cambiante en ese
aire danzante –en el Allegro- y de gran belleza sonora lleva a cada instrumento a líneas y
sonoridades de enorme delicadeza y poder expresivo.
Si en las
obras anteriores primaba la complejidad en el armado, el virtuosismo y la
rapidez fue dable apreciar en este trío el modo amalgamado y el fraseo perfecto
y la belleza y ductilidad del sonido de la Jerusalem Chamber Festival. Momentos
como la frase inicial del piano en el primer movimiento; la melodía del violín
en el segundo y la dulzura del cello en esa primera respuesta al tema inicial
son ejemplos de que no puede ser abordada sin un entendimiento absoluto entre
los músicos.
Los intérpretes
Elena Bashkirova, pianista y directora,
se formó en el Conservatorio Tchaicovsky, de Moscú, ha colaborado con las
orquestas más importantes de Europa y creado el Jerusalem Chamber Music
Festival, en 1998 del cual es directora.
Nacida en
Rumania, la violinista Mihaela Martin obtuvo a los diecinueve años el segundo premio en el Concurso Chaicovski
de Moscú y posteriormente ganadora del
Primer Premio en el Concierto Internacional de Violín de Indianápolis, y fue
dirigida por Kurt Masur; Nokolaus Harnoncourt y otros grandes maestros.
Chen
Halevi debutó a los quince años como clarinetista con la Filarmónica de Israel,
bajo la dirección de Zubin Metha y es un importante virtuoso del clarinete que
ha llevado a cabo una extensa carrera en Europa y Estados Unidos
El
cellista Frans Hemerson es docente de la Academia de Música Hans Eisner de
Berlín, habiendo sido frmado entre otros por Guido Vecchi y Mstislav
Rostropovich y desarrolla una amplia carrera internacional.
Se trató
de un programa de exigencias muy diferentes con obras representativas de muy
distintos lenguajes que tienen en común la demanda a los intérpretes: ya sea de
la técnica como de un sonido y armado solo posibles en un dominio acabado de
todos sus recursos.
Eduardo Balestena